Obligado latir.
Era inmensa la tarde,
colosal el tiempo en que las sombras,
como viejos perros hastiados se estiraban
buscando amparo en los chaflanes,
cobijo al lado de las inquietas escaleras,
o en el zaguán desmayados mientras permitíamos a la puerta
guiñar su único ojo de párpado de madera.
Por su globo de cristal
llegaba el fresco bálsamo
de amigas olas, el sufrido eco helicoidal
de las caracolas muertas.
Suspirar agrandaba el corazón
encogido por soñar inverosímiles quimeras.
Enamorada del amor
en un banco sentada entre deshiladas plataneras.
El verano confabulaba
de alambre deseos, codicias de cuerda,
mi ignorancia sobre el beso
me hacía temblar
como una loca marioneta.

