Cena en el Jardín del Edén.
No insistas,
tomaron asiento los comensales y las guirnaldas de colores penden de las ramas más altas.
La luna sobre el aliento del estanque se refleja y sus tobillos de cañas destilan melaza de ciegas abejas.
Sobre el vidrio de los cálices se estrella un lejano cometa.
—Pide un deseo. —Adviertes.
—Degollar al cisne que entre tus muslos recita himnos de terror y pérdida.
Alguien ríe, otros, solo suspiran ante el milagro del glande que la alquimia despereza.
Veladas luces,
faroles candentes entre sinuosos visillos y privados tules.
Perfectas máscaras,
Amor se cubre con hermosísimas caretas.
Eso ofreces solo,
matarife heroico,
tendón y sangre,
saliva y lefa.
Baila en el dorso de la mano una peonza de espejos hasta que los luceros vomiten e hiervan.
Se estremece el jardín del alma entre penitencias mientras peces de papel,
flotando sobre nenúfares de cera,
recitan versos,
esos afectados de pura y helicoidal mierda.
La alberca el eco roba de las tristes ranas muertas.
No desean tomes asiento,
tu saliva quema,
la trenzada palabra apesta.
