Fantasías en pecera.
Finges leer,
se escapan tus ojos por encima de la página,
saltan blanca tapia de signos horadada,
tal vez Alicia se esconde tras el escrupuloso seto
compresivas y taoístas píldoras rumiando.
Dudas si reducirte hasta
lamer el damero de baldosas,
o giganta ascender derribando tejados
y certidumbres simuladas.
Huyes a través de la extinta celulosa.
Sabes que nadie conjuró nunca
un ideal tan plano y descarnado,
asunto fue del miedo, ese aterrador niño
sin rostro que bajo el cenador malvive
en los jardines privados.
Ese que mañana dirá tu nombre,
el que estampará su rostro junto a tu retrato.
Porque maquillar la fábula no puede
la vertida sangre madre, ni carmín alguno perpetuar
aromas sobre el labio del penúltimo amante.
