Otra Forma de Vivir.
Los muertos no huelen las flores,
las fragancias se escapan por la urdimbre
que sus sueños forman
y solo el recuerdo evocado en la memoria
de los alambres retiene el efluvio,
parco, leve halito añorado.
Los huecos de sus ojos no distinguen colores,
pronuncian sin lengua el reflejo
que debiera estar posado sobre
la tarde, oropeles, violetas sucios
en cárdena línea de serrados montes.
No suspiran sus gargantas de caña rota,
ni sostienen en vilo una sola palabra,
cosmos, alba, amigo amado,
pertenecen a la lengua de un extraño país
del que fueron por siempre expulsados.
Y no cantan, ni tiemblan,
su piel de cartones solo se arquea
cuando la lluvia ejerce su marítimo mandato.
Tampoco les preocupan las corrientes de aire,
ni les quita el sueño coger un resfriado.
