XXIII. Ni Dios ni Bandera.
Allí queda,
en el éter difuso e indeterminado.
Tu voz, las palabras dichas en febrero,
el estricto silencio de lo callado.
Esos sueños que prendidos permanecen
en cobertor y almohada,
los otros que junto a nosotros se arrastran,
aquellos que el paso entre los días entorpece
y los incansables sesgados astros.
Ese caldo los contiene,
sus formas abraza innecesarias,
anticipadamente olvidadas.
No busques nada en ese yermo
pues de vacío está conformado,
letal como el andar sobre los campos
falsos y sugeridos,
fríamente mortal como los abrazos
por siempre postergados.
Comprende pues que nada importa,
solo el miedo a la verdad
crea un ilusorio corolario investido
de dogmas, dioses y voluble ciencia.
Tú alza los ojos, camina sin cayado,
cuando los párpados al fin cierres
el todo y sus simulados abismos
habrá por siempre cesado.
