Absorbente.
La mañana, después de ese sueño atroz
parcelado y difuso, tras de esa telaraña
pegajosa se presenta como prolongación,
axioma o ínsula indeterminada, donde
proseguir envuelta en confusión y equívocos.
De nada sirvieron las horas dedicadas
a apacentar la mente, aquietar el músculo,
estirar el codo y la posesiva mano
en ese vano ejercicio de dormir a tu lado,
a la vera de una senda angosta y turbia
como el parpadeo de unos ojos asustados.
No existen los paréntesis, aún menos
el punto y aparte. Una interminable sucesión
de suspensivos, una miríada de gotitas de tinta
en caravana irredenta, una glosa impúdica
de espacios ocupados en negro sobre blanco,
o amarillo, u ocre, pero sin fin, interminable.
Es por ello que, bajo el agua de la ducha,
donde tus edictos no llegan, un territorio
se extiende a salvo del tiempo, un lugar
escapado del dogma y la norma certera,
allí me retiro y vuelvo para descansarte de mí,
para descansarme de ti, para que regrese
renovado el giro, la voluta y ese empeño,
a pesar del todo, en seguir persiguiéndonos.
