EL ORIGEN QUE ME INVITÓ A NAVEGAR
Torres de proporciones colosales
enjaulado me tuvieron,
exigua luz me sostuvo,
aquella que por pequeñas aspilleras se introducía
y yo de medio cuerpo desnudo.
Fabricados por Héfeso
gigantes de bronce
la entrada custodiaban de salas laberínticas,
balcones y galerías a un palacio
de desfiguradas fachadas.
Mofándose de mí una voz dijo:
“cuando a estas habitaciones vuelvas
que abandonadas reposan
te conocerán los dioses
por otros nombres”.
Arrojé el hilo de Ariadna,
olí el lirio florentino,
a ciegas navego con fenicios ojos.
Te enviaré postales de ciudades inventadas,
y de Constantinopla estatuas animadas.
Al contemplar este viaje
desde la brutal lejanía de mis párpados
solo te concibo
como un sarcástico recuerdo,
el origen que me invitó a navegar.
Y como aquellos güelfos blancos
a convertirme en un proscrito
para en esta tierra vagar.
Imagen I: Maxfield Parrish – The Lantern Bearers, 1908.
Imagen II: Maxfield Parrish – Daybreak.