Espejismo.
El apeadero ve pasar los trenes,
ráfagas de luces que no se detienen,
más no sueña, no divaga sobre valijas
ni el devenir envidia de inquietas maletas.
Cierra los ojos cuando el aire removido
arrastra tras los vagones las hojas secas,
los caducos periódicos,
la siempre inquieta arena.
A veces, con párpados entornados,
vislumbra turbias siluetas,
cansados rostros al origen regresando,
sonrisas partiendo, cejas circunspectas.
El apeadero en la tarde el horizonte otea,
en los hilos bailan pájaros,
sobre las casas medran
montaraces plantas y coriáceas tejas.
Detenido en el erial cejijunto se piensa
centro de un universo al que nada le aquieta.
