XVII. Retrocausalidad.
Cerré los ojos al tiempo,
la hoja del álamo repite
el suspiro de todas las hojas
y su aliento, indivisible, ingénito,
renueva la antigua trova
en todas las ocultas riberas
donde en vilo susurra el aire.
Cuando te canto,
cantan antiguas voces
de ignotos amantes.
Ojos a ferviente aurora abiertos,
la luz que en esta mañana extingo
se mustia en el ayer centellando
y cada instante, cada mudo segundo
transcurrido, ya titilando la contrajo.
El cálido aroma de entonces era frío,
porque en glaciar ahora es sepultado.
Si es lamento este instante,
ya era ausencia lo vivido
sin tan siquiera haber comenzado.