Emperrada.
Zanganear a la sombra de cualquiera
por ese matemático armazón
con casas modelado,
importunas farolas fratricidas,
y de enfático andar, chiflados gatos.
Entonces, como aliado de la nada,
¡tachan!,
desgarbado aparecías presente y ya alejado,
muy tú,
sin haber roto un puñetero plato.
Al vagón de cola te enganchabas
y en precisos apeaderos,
por ti holgadamente frecuentados
resolvías quedarte.
Sin avisar, sin consultar a ninguno.
La ginebra y tus ojos removían los estantes.
¿Después…?
Después mi ordenada razón ya no era nadie.
