VIII. Tela de Araña.
Podrías ser tú quien arrojara
secas hojas al pie de este tardío
y travieso estío, o lograras hacer
inventario de frutos y bayas
y así obligarme a despertar
del fatal espejismo de un verano
perpetuo entre palmas y bicicletas.
Tal vez entonces advirtiera la seca
tierra a la escarcha dispuesta,
o como los veneros brotan
sin que sed alguna lo reclame.
Comprendería el afán de las decrépitas
ramas, esos dactilares estandartes
y su tenaz afán de verdes mortajas.
La araña y su linaje tejen sudarios
para los severos brotes adormecidos
y en la sedal diana donde las moscas
trascienden hacia un incierto destino,
solo penden los diáfanos abalorios,
como cristalinos zarcillos,
del gentil y arrogante rocío.
Contemplar pues podría la realidad
imparcial y necesaria, la que bosteza
sobre ocasos y auroras en fiel porfía,
esa que arrebata silente la vida toda
y solo deja naufragio, ruina y quebranto.
Telas de araña cruzan el espacio final,
hilos sobre los que ejecutar el mortal paso.
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