El Pan Nuestro de las Aceras.
Tiempo dibujando paréntesis en las calles,
hábiles los dedos componían fábulas simples
del cacareado —¡Pasen y vean¡ — Arlequín bailaba,
recogía Pierrot infecundas, dulces monedas.
En el fondo de la caja, decapitados rostros,
diminutos semblantes de Polichinelas
y el tul celeste de la bailarina perpetua.
A pesar de ello confiado andábamos,
la nueva greda llegaría ahíta de agua
para rellenar y tapar sombras y ausencias.
Broches, abalorios, dragón del alicate
y engarces que amarran sin cadena.
De aquella época apenas quedan
los tristes armazones de alambre
sosteniendo coloridos jirones de tela,
revueltas madejas de sedal para el ánima
y el fragante cáñamo que diera alma
a la muerta materia. Apenas eso, y la acera.
Reblogueó esto en Venezuela en Resistencia.
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Gracias, amigo.
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