III. Conclusión del Caminante.
Por escalinatas dispersos mirábamos
ayer de la tarde el cegador reflejo
de un ciego sol que la mar palpaba
con sus radiantes y difusos dedos.
El dorado nimbo no presentido del puerto
allegaba jábegas y pedigüeñas gaviotas,
breve queja del bronce y la madera,
clamor graznido del hambre hecho viento.
Hoy, bastardo de un semidiós extranjero,
habituado a la carne y en sudor cierto,
igual resplandeciente turbidez de agua,
los mismos mansos esteros contemplo.
En medio del ensueño, la gota de clepsidra,
el roto escalón, la tinta y el agua, siestas,
los batidos atajos y las inevitables, siempre
para tropezar, aborrecidas y amadas piedras.
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