Alborada.
Frías las mañanas eran
y la ciudad,
sobre la punta de los pies alzada
la vorágine ensalzaba del laboreo
y la exactitud
de los cabales relojes.
Desembocaba la vida
en una plaza
feudo de los gatos
más abyectos,
detenida nos regalaba el mundo
de las sombras inocentes,
el fluido cantar de una ruinosa fuente
y el vago tañer
en sordina
de una borrosa campana.
Allí,
donde el existir no nos tocaba,
iniciados en arcano oficio aprendimos
el nobilísimo arte,
a pocos entregado,
de sutil perder
del tiempo.
Loas cantaban las máquinas,
el señuelo
de una radiante alborada,
ajenos al futuro
aterrados contemplábamos
el lejano, aún,
espejismo que mañana nombraban.
La alborada de la vida,
con los ojos cerrados
se encañan las espigas.
