Asteriscos.
Crees decidir sobre colores y añoranzas,
la voz que no conoces, esa diletante
sin grillo ni vaina, arrastra, empuja
las nubes más radiantes hasta los pies
del lecho. Es entonces cuando escuchas
o tarareas una cantilena siempre recordada.
El lugar todo se transforma e irrumpen
landós tirados por caballos, relinchos en la azotea,
el albero de un parque ensucia la alfombra,
la cisterna una fuente que entre piedras
recita, y como tú, canta, pierde agua, canta.
No somos la carne, recuerdos, papeles,
zumo de limón en el vaso, cubito de hielo
paseando juguetón del pezón al labio.
Recojo un libro, notas en los márgenes,
afectadas, eruditas e inocentes,
y una fotografía retratando el espacio feliz,
el verdadero, ese en que nada hacíamos.
Nada. Yo era una trenza y mi voz,
subraya el texto, asterisco, nada de nada.