40. El Ángel.
El mismo río, su agua fluye
incansable vertida desde un cielo
humano y carnal. Infinita noria
de días y cansadas esperanzas.
Empecinada la hierba en verdecer
laderas y valles, flor, airosa piedra
insepulta en líquenes abrigada.
Fría heredad renacida en musgos.
Dejaré aquí botas y papeles,
viejos daguerrotipos de rostros
sustituibles e intocables paisajes
que nadie recordará ni echará en falta.
En este jardín canté y exiliado anduve,
indefinible añoranza sin forma
ni lugar señalado. Plegarias compuse
al único aliado posible. Luzbel. Hermano.
Mano amiga que entrega rueda y hoguera.
Cruentos cuentos aleccionando
sobre la sombra y su efímero cadalso.
Venablo sin promesa de falso renacer
en lugares soñados. Cruda realidad,
entregada, de insolente niño desterrado.